31 de marzo de 2012

La noche que murio el Dr. Eriksson

No tengo por que dar explicaciones, no quiero justificarme, ni siquiera diré los motivos que me orillaron a asesinar, de una manera u otra, al persona del Dr. Eriksson.

Sin embargo puedo decir una cosa y una cosa solamente… era un paso que tenía que dar para deslindarme, de una manera u otra, del pasado que prefiero olvidar, no quiero tener nada que me siga ligando a algo que simplemente prefiero no recordar.

Descuiden, murió feliz, la última vez que se le vio fue en una isla caribeña, rodeado de mujeres hermosas y de grandes curvas, bebiendo Ron añejo dominicano, fumado habanos hechos a mano.

Era lo mejor… para todos… especialmente para mí.

Nos estamos leyendo
Eslem Torres

13 de marzo de 2012

Crónica de una muerte anunciada

José estaba sentado en la orilla de su cama reflexionando sobre lo que podía o no pasar al enterarse de lo que decía ese sobre que tiene en la mano, solo distrayéndose para voltear a ver el reloj que colgaba en su pared con el ruido de cada movimiento de manecilla. Recordaba los exámenes realizados hace no mas de 2 semanas, entro en aparatos que en su vida había visto, le decían palabras que jamás había escuchado y el medico le platicaba lo que bien podía o no pasar dependiendo de sus resultados, cosas que su cerebro solamente procesaba como “señor, usted va a morir”.

Nunca en sus 55 años de edad la muerte había sido algo que le preocupara, al menos seriamente no, sabía que algún día iba a ocurrir, es el spoiler más grande de la vida, pero nunca fue algo que le quitara el sueño hasta ahora. Sentado veía el sobre cerrado mientras pensaba todo lo que se vendría al enterarse que, en efecto, iba a morir. Pensó como sería su vida cuando empezara esa lucha por salvarse, como lo tomaría su esposa, como lo tomarían sus hijos, sus hermanos, sus amigos, sus empleados.

Estos últimos se preocuparían mucho seguramente, más por el futuro de su trabajo que por el patrón en sí, andarían de lado a lado sin saber que hacer cual borregos sin pastor, haciéndolos también preocuparse por lo que bien podría o no pasar con ellos. No era una cuadrilla muy amplia, solo de obreros tenía no mas de 15 personas, 5 mas de personal administrativo y ya, sin embargo se los imaginaba a cada uno de ellos con la idea de que tal vez la empresa cerraría o cuando menos, recorte de personal, los veía llegando a su casa con las terribles noticias, viendo como la familia les decía “todo va a estar bien, no te preocupes”, empezando la misión de buscar un nuevo empleo y teniendo que aceptar cualquier cosa después de unos meses sin encontrar nada y la desesperación empezaba a llegar. A José le llenaba de angustia pensar en ellos y lo que bien podría o no pasarles.

Pensó en sus amigos el día de su funeral, llorando y recordando viejas anécdotas, la mayoría jocosas historias que hacían reír a los que las contaban, intentando quebrar un poco la tensión del lugar. Los vería juntarse con cierta frecuencia después de su partida, brindando y tomando en honor al amigo caído, frecuencia que con el tiempo iría disminuyendo hasta llegar al punto que José fuera un viejo y vago recuerdo, tal vez bien atesorado por 2 o 3 personas de aquel grupo, pero no mas.

Vio al mismo tiempo a los Ramírez, ese par de hermanos que lo odiaban y al igual que sus amigos estarían brindando, pero ellos por la caída del enemigo. No los culpaba él también había servido una copa de su mejor whisky y una sonrisa picara se le formo en el rostro al saber que el maldito de Julián Ramírez, hermano de Alberto y Ramiro, había muerto en un accidente “merecido lo tenia el hijo de puta” pensó en su momento y lo repetía aun ahora. José no era una persona que tuviera enemigos o rencores con muchas personas, sin embargo la excepción a su regla sin duda eran ellos tres, algo que jamás se preocupo por ocultar.

Vio a sus dos hijos intentando tomar las riendas de su pequeña empresa, creía en que José, el mayor, bien podría seguir sus pasos, aun a sus 26 años tenía buena experiencia pues estuvo con él desde que inicio con la primera piedra de las instalaciones, cuando tenía solo 11 años, por lo que de una manera u otra estuvo toda su juventud entre las paredes del lugar, acompañando a su padre desde el inicio. Aun le faltaba ese colmillo en los negocios, pero era inevitable que tarde o temprano lo obtuviera. Le preocupaba Jorge, con 20 años no tenía bien una decisión sobre que quería hacer con su vida, él jamás lo presiono pero nunca lo dejo que se quedara sin estudiar, aunque en 2 años ya había cambiado 3 veces su carrera.

Tampoco fue muy interesando en meterse en la empresa familiar, era más bien un chico apartado de su familia como al parecer lo eran mucho los jóvenes de su edad, sin embargo sabía que al enterarse que su padre iba a morir se empezaría a preocupar por lo que bien podría o no pasar con él.

Aunque Andrea, su esposa, era una grandiosa madre, le preocupaba que la tristeza de perder a su esposo pudiera afectarle de manera de no saber cómo encaminar ahora a su hijo menor, por el grande no se preocupaba tanto pues ya se le veía con la madurez necesaria para empezar su camino, pero Jorge no lo veía que, al menos pronto, tuviera intenciones de dejar el nido.

Pensó mucho en su pareja, todo lo que habían pasado, todo lo que se vendría ahora con su muerte ya anunciada, llorarían por supuesto pero aprovecharía esta oportunidad para despedirse, para realmente vivir, sabiendo que el fin está próximo no podían pensar en dejar las cosas para mañana, aun tomando en cuenta que podría luchar para sobrevivir ¿Cuánto más podría extender su vida? Y peor aun ¿Qué calidad de ella le aseguraba? Prefería pensar en que su fecha estaba decidida y así bien administrar su tiempo.

Andrea bien podría o no empezar una vida nueva después de su partida, confiaba en que era una mujer madura y por supuesto que lo amaba, pero no se cerraba a la opción de que, tal vez años después de su muerte, conocería a alguien casi tan bueno como fue él con ella, evidentemente no sería lo mismo pero no le gustaba la idea de que su amada esposa se quedara sola. La veía en el proceso del coqueteo, del “conocerse” y sonreía feliz pensando en que esa persona no lo sustituiría, pero la haría feliz.

José siguió y siguió pensando en el futuro, lo que le quedaba a él vivir y lo que bien podría o no pasar después de que ya no lo hiciera. La ciudad que lo vio nacer y morir cambiaria con el tiempo por supuesto, le gustaba pensar en que posiblemente la idea de los autos que flotan se haría realidad, algo que a José le hubiera encantado experimentar, odiaba los baches. Una ciudad donde andar en bicicleta y moverse por ella fuera posible, un lugar donde la gente fuera más cordial con el vecino. Sabía que era utópico pero le gustaba pensarlo.

Al final vio a su familia reuniéndose a 10 años de su muerte, su esposa con una pareja nueva sintiéndose casi tan feliz como lo fue con él, su hijo mayor haciendo maravillas con el legado que le dejo y a Jorge por fin encontrando su camino, sea cual fuese, haciéndolo sentir orgulloso desde donde José se encontrara.

Sonrió, volteo a ver el reloj, el segundero solo había hecho un movimiento desde la última vez que lo observo. Tomo el sobre y lo dejo en su mesa de noche, independientemente de lo que bien podía o no estar escrito dentro, él saldría hoy a vivir y fue lo que hizo.

6 de marzo de 2012

León Enjaulado

Si usted querido lector también me sigue vía twitter (@eslemTG) tal vez habrá leído el Lunes que me encontraba atrapado dentro del almacén de refacciones de la empresa donde trabajo, sin posibilidad de salir de ahí. Bien podría ser el argumento en una tira de Bunsen (si alguien conoce al Sr. Pinto por favor mándenle este link) pero no es así… paso de la siguiente manera.

Yo como todo buen becario me encontraba haciendo un conteo físico como tornillos, tuercas y resistencias, ya saben, por lo que tiene que pasar todo ingeniero. La zona donde estaba era la esquina opuesta a la puerta lo cual, agregando la cantidad de anaqueles llenos y la distancia, me dejaba fuera del rango de visión de cualquier otra persona que entrara y eso fue lo que paso.

Alguien paso y vio la puerta abierta, mi error fue dejar el candado con la llave a un lado por lo que esa persona, actuando como debería de ser, cerro el almacén para que nadie ajeno fuera a entrar y tomar algo, el problema fue que no contó con que el practicante estaba dentro. Lo peor de todo, es que yo tampoco me di cuenta.

La verdad no supe cuanto tiempo paso pues estaba bien clavado en mi tarea de contar tuercas pero cuando dije “es hora de comer”, me di la media vuelta y me acerqué a la puerta ¡oh sorpresa! Me encontraba atrapado, afortunadamente con mi iPod Touch por lo que me podía entretenerme por horas ¡PERO ESPERA! Me quedaba 20% de batería… me sentía dentro de una mina (¿de azufre?) atrapado sin poder escapar.

“Pensemos ¿Cómo poder salir de aquí sin armar el mayor escándalo posible?” Me decía a mí mismo, tenía que ser lo más discreto posible pues después del “Como un auto de fórmula uno” no quería agregar algo nuevo a mi expediente. Pensé en llamar por teléfono pero no me sé el número de mi empresa, primer error, también podía subir los anaqueles e intentar pasar por un agujero que hay en la parte alta de la pared intentando esquivar tubos con complejos compuestos químicos a temperaturas altas, no, no era opción. La tercera era la que menos quería pero a la vez, la más práctica… enviar un correo a todos los de mi departamento desde el iPod y esperar a que alguno lo leyera y fueran en mi rescate. Estaba ya tecleando el aviso cuando de la nada llega el rescate.

Para mi fortuna paso la asistente de producción buscándome porque tenía que ir a recibir un material y sabe que si no estoy en mi lugar seguramente me encuentro en el almacén, al encontrar la chistosa situación no pudo más que reír a carcajadas, hablar por el radio a mi jefe que tiene las llaves y cuando menos lo esperaba ahí estaba todo el departamento afuera curándosela de mi situación, no, no fue agradable.

¿La cereza del pastel? Cuando llegue al comedor ya no había Coca-Cola. Dios y yo que pensaba que ser becario era aburrido y tedioso.

Nos estamos leyendo
Eslem Torres

4 de marzo de 2012

Candados y Cerrojos

El domingo por la mañana mientras acompañaba mi café con pan tostado me puse a leer el New Yorker, en lo personal es una revista que me encanta y a la que estoy suscrito (con truco para poder ver la versión digital por supuesto). Todo esto en mi ritual de domingo por la mañana antes de disponerme a escribir unos artículos para mi otro blog In Cervesio Felicitas.

Me dio mucha nostalgia pues esta revista la conocí cuando estaba en preparatoria y empezaba con el gusanito de querer escribir algo mas allá de unos cuantos post dispersos en un blog que tenía en aquel tiempo, que eventualmente cerré porque Dios mío, que horrores estaban ahí plasmados.

He de admitir que jamás tuve el valor de decirle a mis padres de esa afición, del gusto por escribir aun mas que el de leer del cual ellos tampoco eran cómplices. La primera vez que tomé un libro más en forma fueron los 2 primero de la saga de Harry Potter, cuando yo tenía 10 años pues una prima me los regalo para que me entretuviera en esas vacaciones de verano que no eran vacaciones. Tengo que admitir que sí, me engancharon y me atraparon, tanto que cuando regresé a mi pueblo bicicletero buscaba en la única librería que teníamos los siguientes dos libros, algo que mis padres no querían comprarme y ahí veían al niño de 10 años ahorrando su dinero para el "lonche" de la primaria y sus “domingos” para podérselos comprar.

Todo esto viene a colación pues hoy le pregunte a mi madre si ellos me hubieran apoyado, de haberles dicho, que querían dedicarme a ser escritor o periodista, ella siendo tan condescendiente como lo es creo, todas las madres contesto: “tal vez, hubiéramos querido primero verte escribiendo, leer lo que hacías y ver si te empezabas a desenvolver en ese mundo” algo que absolutamente no hubieran hecho. Le hice una mirada de desconfianza para que ella cambiara su respuesta “la verdad no, yo habría fungido de puente de convencimiento con tu padre pero no creo que a él le gustara la idea”. En eso tiene razón, casi me deshereda cuando le dije que no iba a estudiar Ingeniero en Mecatrónica y me iría por Electrónica y Automatización, ahora imagínense si hubiera sido “Papá, quiero ser periodista”.

Leía el New Yorker y me preguntaba que habría pasado si fuera de otra manera ¿hubiera podido llegar a escribir para una publicación así? ¿Habría hecho algo? ¿Entraría a las estadísticas de esos que estudian letras para al final terminar siendo maestros de inglés en una secundaria? Pero ¿y si no? ¿Si hubiera sacado todo mi potencial? ¿Estaría feliz con mi decisión? Todo esto se volvió más tormentoso pues últimamente no he estado muy contento con mi carrera. Me gusta, la disfruto, pero no me apasiona.

Tal vez sean solo miedos de estar ya terminando mi carrera de ingeniero, de estar empezando con un trabajo relacionado a mi carrera y que voy fungiendo como "el hombre de la casa", tal vez sea eso… tal vez no sea así.