21 de octubre de 2013

SWAGgon

Tendría yo unos 6 o 7 años cuando descubrí por mí mismo que Santa Claus no existe y que, en realidad, eran los papás.

En mi familia soy el más pequeño de mis primos y, quitando a una de mis primas que me lleva un año, todos los demás nos llevan cuando menos unos 10 años así que para mí la navidad era pasármela jugando con la única prima “de mi edad”. Entre uno de tantos juegos de niños las escondidillas era uno de los clásicos así que durante la cena de nochebuena decidimos jugar en lo que se terminaba la cena entre los adultos.

La familia se reunía en casa de mi abuela para estas fiestas (la cual como dato curioso, queda a la vuelta de donde vivo ahora y eso si fue pura casualidad) que es donde me quedaba durante las vacaciones ya que, como tal vez no todos los que me leen sepan, mi familia del lado de mi madre es de Monterrey pero nosotros vivíamos en esa selvática tierra del sur llamado Ciudad Valles. Por lo tanto mi madre (mi papá nunca pasaba la navidad con nosotros porque él se iba con su familia) era la encargada de hacer ese pequeño truco llamado Santa Claus.

Retomando el tema ahí estaba mi prima Muriel y yo jugando a las escondidas en casa de nuestra abuela, yo por supuesto aplicaba la vieja, tardada pero efectiva técnica de abre todos los closet que encuentres porque seguro se metió ahí y dicho y hecho terminé por toparme con el closet que menos debía ya que ahí había guardado mi mamá los regalos que YO le había pedido al gordo de barba blanca, aun sin envolver por supuesto.

Hasta ahí todo normal, pensé yo igual y mi mamá me va regalar eso, o son para que nosotros se los regalemos a alguien más. Mi ingenuidad aun creía en él, aun se empeñaba en querer creer que todo lo que le habían hecho creer era verdad. Llego la Navidad, los regalos debajo del pino de mi abuela y ¡oh sorpresa! Eran lo mismo que ya había visto la noche anterior en el closet y mi madre diciéndome mira lo que te trajo Santa Claus. Fue el momento que murió mi infancia, mi inocencia aun la conservo.

Por más grande que estuviera yo tendría 7 años cuando eso pasó, pero a pesar que ya los había torcido con sus mentiras preferí seguir el juego ya que, en mi mente, funcionaba mejor bajo la idea que hay un señor bueno que le regalaba juguetes a los niños sólo por ser niños y por supuesto que disfrute los míos, importaba poco quien los trajera.  Aún recuerdo con mucho cariño un set en forma de van de mamá que se abría y adentro era una ciudad chiquita para jugar con coches, si mal lo recuerdo era Matchbox pero no he encontrado ninguna imagen del set.

En ese entonces no estaba preparado para eso, pero preferí ignorar el issue infantil y reprimirlo por mucho tiempo hasta que se me olvido. Hasta ahí todo bien pero hay cosas como esas, como el Santa Claus, que uno preferiría no haberse enterado y seguir creyendo en la historia que tú mismo te habías hecho.

Saben que ¡AL DIABLO! Haré mis propios recuerdos, con juegos de azar y mujerzuelas… es más olviden los recuerdos.

Pero como me dijo un amigo, ando muy quejoso, igual y sólo necesito un abrazo.

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Eslem Torres

18 de octubre de 2013

Muros de tabla roca

Hay un par de películas que aunque sé que son malas son gustos culposos, entre ellas está Talladega Nights: The Ballad of Ricky Bobby, alguno de mis chistes básicos están inspirados en esta película, como la caminata francesa que no tiene absolutamente nada de homosexual.

If you’re not first, you’re last fueron las palabras que hicieron que Ricky Bobby se volviera el piloto de NASCAR mas afamado de todos los tiempos, una frase que su padre borracho le dice en algún momento de su infancia y que tomo como lema personal. Después el padre le dice que no mame, que esa pinche frase la dijo drogado y que no tiene ningún sentido, el mundo de Ricky se desplomó.

Hay historias con las que vas creciendo durante tu vida que se van volviendo el motor o la inspiración para tus decisiones, momentos claves que se te quedan grabados y se vuelven cimiento para la persona que terminarás siendo después. En mi caso suelen ser historias de mis familiares lo que solían hacerme ruido sobre que quería y como quería ser, mucho de mi personalidad se lo debo a eso, sobre todo a lo que conlleva a mi forma de ser en las relaciones es por mucho que veía en casa. Digo, no es por quererme vender pero esa onda de ser excesivamente entregado (a veces creo que en exceso) a mi pareja es por cómo veía en mi casa a mis padres desviviéndose el uno por el otro y que ellos a mi edad ya estaban por irse a vivir juntos como la pareja que terminarían siendo a veces me pega en el orgullo de que pues, yo no he hecho mucho a mis 23 años.

Pero una cosa son las historias como se cuentan y otras a como son, y cuando vas escuchando e indagando en la forma en que debieron de haber sido contadas y no como se prefieren contar es cuando vas viendo que esos cimientos sobre los que estas construido no son más que de material de mentiritas, como las casas gringas.

Se vive mucho mejor en la ignorancia, en eso estoy completamente de acuerdo.

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Eslem Torres