21 de febrero de 2013

En mis viajes


En las últimas semanas he realizado distintos viajes como una persona que acaba de reintroducirse en la soltería, viajes que podría etiquetar como aprendizaje pero más que nada momentos de vivir AL LÍMITE.

Respetando el cliché hollywoodense donde el joven con el corazón roto pierde el miedo a lastimarse y empieza a realizar un sinfín de actividades riesgosas e intrépidas para, de una manera, olvidar su condición de corazón roto. Yo en mi caso no he ido a tal extremo pero si he notado que, cuando menos, acabo con más rasguños y moretones de lo normal, aunque eso también puede estar relacionado a que en estas mismas últimas semanas he disfrutado de ir a trabajar a campo más que estar encerrado en la oficina.

Mientras disfrutaba de un desayuno dominguero con mi roommate y su novia, les contaba mi loca aventura de la noche anterior que incluía amarres piratas, intrépidos recorridos por Mordor (el nombre artístico de Escobedo pegado al Cerro) una Pepsi y mi habilidad de bandido esquivando a la autoridad (historia que no platicaré aquí para no comprometer mis actividades que realizo como el zorro nocturno, temor de la policía europea, por supuesto). Mientras platicaba dicha historia 110% real les comentaba a ese par de jóvenes, lo siguiente:

Jóvenes, en mis viajes he aprendido muchas cosas, cientos de cosas ¡MILES DE COSAS! Pero la lección más importante que he aprendido en las últimas semanas es, vive al límite, porque al vivir al límite la vas a cagar, y a cagarla en grande, y si la cagas es porque cometiste un error, tal vez grande tal vez chico, pero error al fin de cuentas y esa jalada de que de los errores aprendes es mentira, porque al final, los humanos, somos los únicos animales que cometen el mismo error dos veces y algunos lo hacemos hasta tres, pero eso no quiere decir que aprendiste a no cometer el error, sino más bien, como animales que somos, aprendes a que si lo haces, te quemas y si te quemas te duele y si te duele no quieres sentirlo otra vez. Por lo tanto vive al límite, para que te quemes, por pinche terco.

Por supuesto que después de este hermoso discurso todos los comensales a mi alrededor que estaban, por supuesto, atentos de lo que yo tenía que decir, se pararon y aplaudieron e hicimos un Harlem Shake no’mas por convivir.

Casual, ese es un domingo cualquiera para mí.

Nos estamos leyendo
Eslem Torres Eriksson (si biatches, regreso el Doctor)

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