11 de noviembre de 2013

Don Mario

Actualmente no entro en la categoría de “Gamer”, no soy de los que hacen filas nocturnas para comprar el próximo GTA o la próxima consola de Sony y jamás pienso hacerlas, yo no hago filas ni pa’ las tortillas. 

Sin embargo como todo niño que creció en los noventas me toco la democratización de los videojuegos, tanto las maquinitas que empezaron a popularizarse en las tienditas de barrio (cuando decir maquinitas significaba esa caja enorme llena de juegos de SNK como Metal Slug King of Fighter y no sinónimo de las tragamonedas de los casinos) así como el que cada vez más y más niños tenían las consolas en casa que aunque seguían siendo un lujo bastante carito, los padres ya chiflaban mucho a sus niños (y crearon a nuestra generación: los Millennials, pero no hablemos de cosas tristes) así que no era extraño que varios de los amiguitos tuvieran su consola para jugar. 

Aun recuerdo con mucho cariño mi primera consola, era un Súper Nintendo que me iban a regalar en mi cumpleaños ¡PERO! Mientras buscaba algo (que la verdad no recuerdo que era) di con el escondite secreto de mi mamá y encontré el aparatejo e hice lo que cualquier niño de buenos modales de mi edad haría en esa situación… hacer un mega berrinche para que me dejaran abrirlo y usarlo. Obvio el yugo inquisidor de mi madre me negaba toda oportunidad de hacerlo hasta que llegó mi papá a calmar mi desmadre de la única manera en que un padre tan estricto como él lo haría… abriéndolo y conectándolo a mi televisor para que lo estrenara, a sus ojos me lo había ganado.  

Lo que si era un puto desmadre era conseguir juegos, sobre todo en mi pueblo. No recuerdo que jamás en toda mi vida haber comprado un cartucho de SNES o N64 en Ciudad Valles y en Monterrey recurría a las famosas Pulgas porque, ya saben, los padres. Cuando tuve la “suficiente” edad para que me dieran unos cuantos dólares y me soltaran en el Mall de McAllen  mientras mis papás veían sus cosas siempre terminaba en el GameStop, ahora que lo pienso creo que por eso me soltaban a que me fuera solo, era muy difícil que si me buscaban no fuera a estar ahí… o en el food court comprando algo de comer (que después me generaría un trauma que aun cargo que hace que me incomode MUCHO estar en un food court, por eso los evito). 

Si no encontraba lo que buscaba en Monterrey o  en el otro lado me la pasaba a pellizcar por qué no habría modo de que fuera a conseguirlo antes de regresar en las vacaciones que le siguieran. De hecho tengo muy presente una anécdota con Pokemón Stadium de N64, ya había visto que estaba pronto su lanzamiento gracias a la revista de Club Nintendo así que cuando estaba en la tienda y pregunté por ese me mandaron a la chingada amablemente porque aun no salía pero que con mucho gusto me podían separar uno para cuando regresara y les dije no se moleste, no regreso sino hasta dentro de unos 6 meses y dicho y hecho regresé hasta el verano por el maldito cartucho ¡Y LO DISFRUTE MUCHO!  

Algo similar me pasó con Conker’s Bad Fur Day y South Park ya que esos NO me los quisieron vender. Esos dos juegos me gustaban mucho sobre todo por el multiplayer donde mis amigos y yo disfrutábamos mucho el darnos en la madre con la katana o la bazooka vaca en su respectivo juego, pero cuando quise hacerme con mis cartuchos me mandaban a la chingada por mi edad. Yo no entendía aun que existían las clasificaciones en los videojuegos y esos estaban rankeados para Mature por su lenguaje y violencia y bla bla bla, el lenguaje era lo de menos, no entendía las groserías en ingles pero ni ese argumento fue suficiente para que me lo vendieran en ese GameStop de McAllen. 

La única respuesta a eso era Don Mario, un señor que tenía un negocio de renta de cartuchos para videojuegos con un anuncio con el clásico Mario Bros en él. Creo que no es necesario mencionar que dicho señor era un ídolo entre la chaviza porque conseguía todos los lanzamientos chidos y con unas cuantas semanas después de su lanzamiento así que cuando llegaba el nuevo gran juego la voz se corría como pólvora y hacíamos fila en la mañana para cuando abriera ser el primero en rentarlo ya que sólo traía pocas copias. Si, en ese tiempo si hacía filas, algunas de mucha espera ya que Don Mario tenía la fama de irse de nocturnino a una cantina a unas casas de su negocio, así que en la mañana aun percibías ese olor a cantina y voz aguarrentosa. 

Muchos niños lo usábamos también como forma de calar los juegos antes de comprarlos, si me gustaba mucho pues lo compraba cuando fuera de vacaciones, si no pues mejor lo rentaba con Don Mario. 

Era muy normal que terminaras topándote con tus amigos y compañeros de primaria ahí, además de iniciar nuevas amistades con los que compartías opiniones sobre juegos cuando estabas viendo que llevarte o cuando te quedabas a jugar en las consolas que tenía Don Mario para rentar por hora ahí en su negocio ya fueran SNES, N64 o Gamecube, dependiendo cual era la consola del momento. 

De hecho fue a la salida del Gamecube que Don Mario perdió su popularidad ya que jamás se animo a rentar juegos para esta consola por miedo a que se le fueran a rayar los Mini DVD’s, sólo tenía un par de consolas y otra pequeña cantidad de juegos para poder rentar por hora ahí en su local, nada de llevar a casa. Ahí fue cuando, al menos yo, dejé por completo el ir a su negocio. Mi N64 lo vendí cuando el Gamecube llegó a mi casa así que se perdió toda necesidad de ir con Don Mario. 

No era el único, con la popularidad del Playstation 2 y el XBOX original así como el poder chipiar estas consolas hizo que el lugar de Don Mario en los corazones de los niños se volviera sólo anecdótico y un viejo cuento que contarle a los hijos, en esta moderna época de las descargas digitales. 

Ayer conecté mi Gamecube a la tele, aun funciona y fue un flashback a todas esas historias de la infancia y recordé con esa alegría infantil a Don Mario, que dicho sea de paso, jamás supe su nombre, el mote Don Mario era sólo porque era un señor que rentaba juegos en un negocio cuyo cartel era un Mario Bros. 

Nos estamos leyendo 
Eslem Torres

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